sobre mí
La Olivetti llegó a mi vida como el amor por la escritura, sin que yo me diera cuenta. Mi papá solía dejar objetos sin avisar en el living de mi casa. Aquella vez iban a pasar algunos días hasta que descubriera una máquina de escribir antigua apoyada en el piso, entre el sillón y la mesa bajita. Con solo doce años, me cautivó enseguida el sonido de teclear las letras. Escribía apurada y a cada rato con una mezcla de necesidad y urgencia. Creo que por mucho tiempo ese fue el ritmo de mi escritura: si no escribo, me muero.
No sabría decir cómo me enamoré de la poesía. Quizás fue por un maestro muy querido que me leía en voz alta a Ungaretti, a Pavese, a Leopardi y a mí me desbordaba el corazón. Yo sé que la poesía insistió, una y otra vez, en quedarse conmigo aun cuando ya nadie me leía.
Los primeros poemas que escribí se los regalé a mi abuela, Matilé. Ella me pedía más. Nos sentábamos una al lado de la otra en su balcón de contrafrente y, entre higos, azucenas y margaritas, le leía mis poemas. Mi lectora favorita.
Con el tiempo aprendí a oír la música propia. Crecí con maestras poetas y narradoras que alborotaron mi escritura y mi vida: a veces aún las oigo despertar mi voz. Me conversan, me chistan, me sacuden. A ellas las abrazo en cada poema.
Es así, la poesía insiste y entonces yo escribo.